A QUIEN PUEDA INTERESAR

 

Desde mi corazón les extiendo mi saludo de amor y paz.  Me presento como una persona comprometida con el pensamiento cristiano originario, y a la vez solidario con nuestra gran diversidad existencial. Para el caso, comenzaré diciendo que soy venezolano de nacimiento, aunque de extracción europea. Para una mejor comprensión de mi realidad y de mis antecedentes, debo confesar que fui criado y formado dentro del grupo religioso conocido como los “Testigos de Jehová”.  Contaba con apenas nueve años de edad cuando di mis primeros pasos en aquella organización. Todo comenzó una tarde de verano cuando los Testigos vinieron a tocar la puerta de nuestro apartamento, ofreciendo literatura bíblica. Mi madre los recibió con mucho entusiasmo, puedo afirmarlo, pues fui yo quien los invitó a pasar adelante. Pronto se hicieron arreglos para celebrar un estudio semanal gratuito de la Biblia en el hogar, empleando uno de los muchos libros de texto publicados por la Sociedad Watchtower, la imponente corporación editorial y distribuidora estadounidense de los Testigos de Jehová. Una señora suiza y un caballero de origen polaco, ambos hablando perfecto francés, pasaban interminables horas de animadas conversaciones con mi madre sobre diferentes tópicos de la Biblia en su propio idioma, ya que mi madre no hablaba mucho español. Siendo yo un niño, no tomaba parte en estas discusiones, ya que a mi parecer, esto era más bien un asunto para adultos. Pero más tarde, mi madre fue persuadida de que su deber era llevarme con ella a las reuniones del “Salón del Reino” dos veces a la semana, porque así lo determinaba la “urgencia de los tiempos.” Se aproximaba el fin del mundo y mi vida corría peligro si no buscaba refugio con mi madre en “la única religión verdadera sobre la tierra.”  Así que seguimos asistiendo a las reuniones, asambleas y participando en casi todas las actividades programadas por la Watchtower, además de estudiar todas sus publicaciones. Mi padre, como hombre de negocios, no se preocupaba mucho por las cuestiones religiosas. No obstante, permitió que mi madre se saliera con la suya.

 

Unos años más tarde, siendo aun adolescente, un miembro prominente de la junta directiva de la Sociedad Watchtower Bible & Tract,  y quien más adelante sería su presidente, vino de visita proveniente de la sede mundial en Nueva York. Tuvimos una conversación informal y amistosa en la que ambos convenimos en que sería “sabio” suspender los estudios de secundaria a fin de servir a tiempo completo como predicador, o “precursor”, como lo llaman ellos, es decir, como un vendedor ambulante de casa en casa. El fin se aproximaba, según la elaborada cronología del grupo y no habría mejor manera para un joven de servir a Jehová Dios, que emplear todo el tiempo que queda en salvar las vidas de otras personas antes del estallido del fin de “este inicuo sistema de cosas.”  Los precursores se han comprometido formalmente en invertir un determinado número de horas al mes, (100, en aquellos días) yendo de casa en casa, distribuyendo literatura Watchtower y reclutando nuevos simpatizantes para la organización. Los precursores regulares no reciben remuneración monetaria alguna por su duro trabajo y les queda muy poco tiempo para otras cosas que no sean “actividades teocráticas” adicionales. En mi caso, yo viví de mis padres por más de 20 años. Ocasionalmente, desempeñaba algún oficio a destajo que no dejaba ganancias importantes.

 

Con el pasar del tiempo, fui escalando posiciones de responsabilidad o “privilegios”, llegando a ocupar los puestos de “anciano”, “precursor especial” y “superintendente itinerante.”  Por más de treinta años mantuve una impecable hoja de servicios con la organización de los “Testigos de Jehová”.

 Mientras desempeñaba mis tareas con entusiasmo y dedicación, hice unos interesantes descubrimientos. Era mi costumbre hacer investigaciones por mi cuenta, a fin de obtener respuestas a muchas interrogantes que surgían en mi mente o que afectaban la vida de mis correligionarios, examinando las Escrituras con diligencia e imparcialidad. Los dirigentes de los Testigos no recomiendan esta clase de estudio personal, a menos que se empleen para ello las publicaciones de la Watchtower, o si se trata de un arreglo formal conducido bajo la supervisión de la Sociedad WT. Sin embargo, yo seguía investigando, convencido de estar en la organización exclusiva de Dios. Mis estudios me permitieron detectar numerosas inconsistencias entre lo que enseñaba el cristianismo primitivo y los dogmas de la Watchtower. Pero estas cosas solo las compartía confidencialmente con muy contados compañeros de creencia y por supuesto, en oración al Padre celestial. Curiosamente, en la medida en que avanzaban mis estudios, me hice más y más dependiente de mi relación personal con Dios y con su Hijo Jesucristo, en lugar de las publicaciones de la Watchtower. No obstante, reservaba todas estas cosas para mí mismo.

 

Como “anciano” que sirvió en diferentes congregaciones, acumulé un grado de experiencia al tratar con problemas personales de otros compañeros Testigos, muchos de cuyos conflictos eran de naturaleza sexual. Estos perturbados amigos acudían a mí confiándome sus secretos más íntimos, además de otras cuestiones inquietantes. Esto me hizo entender que aquí había algo que no andaba bien.

 

 Mis investigaciones no se limitaban únicamente al área doctrinal y a la interpretación de los textos antiguos, sino que también cubrían el ámbito emocional, particularmente en lo concerniente a la sexualidad humana. La represión sexual es muy común entre los fundamentalistas, en tanto que la Biblia dice muy poco en cuanto a cómo debe un individuo expresar su intimidad sexual, siempre que ésta se cumpla en el contexto de la ley del amor y de mutuo consentimiento por una pareja. La WT cree tener el derecho de husmear en los dormitorios de la gente, muy a menudo con trágicas consecuencias

 

A pesar de la discreción con la que sometía a prueba las enseñanzas y procedimientos de la organización WT, su oficina representante en el país, la cual me tenía en alta estima y confianza, tuvo conocimiento de mis investigaciones a través de un “soplón”. ¿Cómo es esto posible?  Bueno, cada TJ actúa como si fuese un espía de sus demás compañeros e informan a los superiores locales sobre cualquier tipo de infracciones o de presunto quebrantamiento de las normas de la organización, a fin de que sean aplicadas de manera inmediata las medidas disciplinarias para “preservar el bienestar moral y espiritual de la congregación.” Esto condujo a que fuese expuesto y enjuiciado por uno de los tribunales internos o “comités judiciales”, como se les denomina.  Un día, mi madre fue notificada por uno de los ancianos, que esa noche se reunirían conmigo en mi casa. Mi madre se mostraba preocupada y deseaba saber por qué esos hombres querían hablar conmigo. Notando su inquietud, le dije que no sabía, aunque ya sospechaba lo que esto pudiera ser. Esa noche, yo regresaba de una reunión con cristianos de otra iglesia, cuyo pastor era el Sr. Bedford Smith, un ministro de Tennessee, EE.UU, quien ofreció llevarme a casa en su auto. Al llegar, noté que los cuatro individuos del comité judicial ya estaban allí, esperando por mí a la entrada del edificio con sus gruesos maletines. Invité a Bedford a venir y acompañarnos, lo cual aceptó. Para mi sorpresa, estos cuatro hombres, a todos los cuales conocía muy bien, permitieron que el ministro estuviera presente, pero solo como observador. En ese momento, me di cuenta que ésta no era una audiencia formal de comité. (Yo mismo había servido antes como miembro de tales comités en varias ocasiones) Ellos estaban allí para incriminarme. Para ellos yo no era más que un pollo muerto. Quisiera decir que cuando conocí al Pastor Smith y a su familia, no había abandonado aún a la organización. De hecho, todavía seguía siendo un “anciano” respetable, asistiendo regularmente a las reuniones y haciendo mi trabajo como cualquier otro Testigo, a fin de no despertar sospechas. El Pastor Smith tenía un amplio conocimiento acerca de los TJ y de sus técnicas de control mental. Fue muy condescendiente y me trató con gran respeto y empatía. Este era el modo en que yo deseaba ser tratado mientras lidiaba con la idea de abandonar definitivamente la secta y enfrentar las inevitables consecuencias de mi decisión.

 

Esa noche fui azotado verbalmente por mis acusadores, quienes fueron especialmente designados por la oficina sucursal local para manejar mi caso. Al final de la reunión, a casi la una de la mañana, los miembros del tribunal, recurriendo a intimidación astuta y persuasiva, e insultos, (me dijeron que yo me pudiera asemejar al “perro que vuelve a su vómito,” y así por el estilo) me concedieron una semana de plazo para reflexionar sobre mi pecado y “arrepentirme.” Sin embargo, yo estaba ya determinado a romper con la esclavitud a la WT y ellos a su vez, estaban resueltos a deshacerse de mí, por ser el traidor que sabía demasiado. Una semana más tarde les hice llegar mi carta de renuncia en términos breves y respetuosos. Rehusaron aceptarla y dictaron sentencia, expulsándome por haber cometido “apostasía” (fornicación espiritual), es decir, por haber visitado otras iglesias cristianas y haber estado en contacto con miembros disidentes (apóstatas) de la central mundial de la Watchtower en Brooklyn, N.Y. Para ellos, esto es semejante al “pecado imperdonable”, a traicionar al mismísimo Dios. Esta postura es el resultado de un sutil e intenso proceso de control mental y de interpretaciones extravagantes, aunque simplistas de la Biblia, que se repiten una y otra vez en las reuniones y literatura, con lo cual convencen a los millones de seguidores que ellos son la única religión verdadera y el pueblo elegido de Dios sobre el planeta.  Todos aquellos que rehúsen hacer caso a las advertencias de la WT y no permanezcan en estrecha asociación con los miembros leales, serán eventualmente aniquilados por Dios en la batalla final de Armagedón.

 

Se hizo un anuncio público de mi expulsión a todas las congregaciones locales. La razón tras esta medida nunca es revelada a la membresía común, sin embargo, los chismes y las especulaciones se extenderán como un incendio en un bosque, reduciendo a cenizas la personalidad y reputación dentro de la comunidad de Testigos y de sus simpatizantes.

 

Hay que entender que el temor es una de las herramientas más eficaces que emplean los dirigentes de los Testigos de Jehová para hacer que seis millones de personas marchen al mismo paso, y como dicen, “para evitar que se metan en problemas.” El TJ vive bajo el temor constante de perder su lugar en la organización y enfrentar el ostracismo por parte de sus amigos y parientes que sean seguidores de este movimiento, y por supuesto, de ser destruidos en el día de la cólera de Dios. Cualquier persona o cosa que sea extraña a la organización, es considerada como potencialmente peligrosa, como poseyendo algún “virus demoníaco procedente del inicuo sistema de cosas,” sin importar su apariencia externa inofensiva. Los dirigentes de la Watchtower son muy hábiles en distorsionar y manipular la información, generando temor y conduciendo al rebaño a un estado mental casi paranoico. 

 

Mi expulsión generó un gran escándalo en la comunidad local de TJ y más que todo, resultó en un duro golpe para mi madre, quien ya había estado sirviendo por más de 30 años de incuestionable lealtad a la organización. El bochorno y el desconcierto fueron demasiado para ella, afectando su salud física y mental. Por un tiempo tuvo problemas con la bebida, temiendo que el diablo ahora se apoderaría de mí y me usaría para causarle vejación. Es de observar, que caer en desgracia entre los TJ es lo peor que le puede ocurrir a un individuo comprometido y con graves consecuencias emocionales, no solo para el expulsado, sino también para los familiares y amigos que permanecen en la secta. No son pocos los casos de alcoholismo, consumo de drogas, promiscuidad sexual y hasta suicidios, que tienen lugar entre los Testigos como resultado de tales medidas disciplinarias inhumanas. Abundan los testimonios al respecto.

 

Puesto que mi padre no era TJ, yo esperaba que él me ayudara en el proceso de recuperación, también conocido como “el síndrome de abandono de sectas.” Otros parientes que vivían en el exterior, muchos de los cuales jamás conocí en persona, pudieran probablemente ofrecer algún consejo, al menos así creía yo. Pero al año siguiente de mi defección, mi padre cae enfermo de cáncer medular y fallece inesperadamente en la clínica donde recibía tratamiento. Una tarde, mi madre y yo nos encontrábamos a su lado, conversando animadamente y viendo la televisión, cuando de pronto entró en convulsiones. Fue llevado apresuradamente a Cuidados Intensivos. donde expiró esa misma tarde. Previamente, sus médicos me dijeron que ellos esperaban que mi padre mejorara algo, de modo que pudiese regresar a casa y allí le daríamos a conocer su verdadero estado de salud. Entonces, él podría expresar formalmente su última voluntad y legar sus bienes a sus seres amados. Tanto mi madre como yo, no sabíamos nada sobre estos asuntos, aun cuando en el hospital, mi padre le dijo a mi madre, en varias ocasiones, que no había nada de qué preocuparse si algo le fuese a ocurrir, queriendo decir que no quedaríamos desamparados. Mi madre le creyó, porque sus logros como hombre de negocios nos habían permitido vivir holgadamente. Debo añadir que ni una sola vez en muchos años, mi padre se sentó conmigo para explicarme en detalle qué habría yo de hacer frente a una eventualidad semejante. Quizás él pensaba que yo estaba demasiado distraído para comprender y asumir cualquier responsabilidad. Quién sabe…

 

Los esfuerzos por dar con el paradero de sus activos fueron infructuosos.  Pudiendo recuperarse unas pocas cuentas de ahorro en los Estados Unidos que no contenían sumas de mayor importancia. El gerente de un banco en Caracas me dijo que mi padre pudo haber guardado su dinero bajo códigos confidenciales, y sin ellos no era posible dar con sus haberes. Inicié una búsqueda entre sus archivos y no hallé nada. Así que probablemente estos códigos, si es que hubo algunos, se fueron con él a la sepultura.

 

Siendo yo el único hijo, todo lo que había aprendido, además de estudiar idiomas, era cumplir con las tareas rutinarias que me asignaron los TJ durante los últimos 30 años.  Mi padre era el único sostén del hogar y este hecho me resultaba muy embarazoso, aun hasta este mismo día. Cada vez que intentaba aprender un oficio o conseguir un buen empleo, mi madre me increpaba y con los ojos desorbitados me convencía de no hacerlo, alegando que al trabajar con “personas mundanas” yo podría fácilmente caer en un lazo del diablo y perder mi lugar en la organización de Jehová. Surgieron muchas disputas acaloradas entre mis padres por este tema, pero mi madre lograba siempre imponerse. A menudo, llorando en mi soledad, yo me culpaba por esto, pero debía probar mi lealtad a Jehová Dios y a Su organización, aceptando el conflicto como una prueba para mi fe. Vale la pena mencionar que antes de fallecer mi padre, la tensión en el hogar era tan grande que por más de veinte años no fue posible que los tres nos sentáramos ante la misma mesa para compartir juntos una comida. Cada uno comía separadamente por su lado, bien sea en la cocina o en las habitaciones.

Mi madre sabía apreciar las cosas buenas de la vida, en sentido material, y expresaba su temor de descender un solo peldaño hacia la pobreza. Así que en su desesperación, luego de la pérdida de mi padre, ella contrató los servicios de dos damas que se ocupaban de ayudar a vender bienes de particulares. Vivíamos entonces en un moderno departamento alquilado en los suburbios de Caracas. En su apremio por reunir recursos suficientes para pagar el arriendo y cambiarnos de domicilio, ella se desprendió de valiosas obras de arte, joyas finas y platería a cambio de sumas ridículas. La muy valorada biblioteca personal de mi padre también tuvo que desaparecer. Aquí debo aclarar que a los miembros leales de la secta no se les permite entablar compañerismo social o espiritual con cualquier individuo que haya dejado voluntariamente de ser Testigo de Jehová o haya sido expulsado de las filas de la Watchtower. No deberían siquiera hacer contacto visual o dirigir un saludo a esa persona si se encontraran con ella por la calle o en el supermercado, así sea un miembro de la familia. Mi madre siempre hallaba la forma de eludir esa regla cuando se trataba de solicitarme algún favor.

 

 Habituado como estaba, a someterme y obedecer, mi madre logró convencerme, una vez más, que debería permanecer a su lado, argumentando que no contaba con una persona cercana que le prestase ayuda e hiciese provisión para sus necesidades. Insistió en que debíamos mudarnos de la capital hacia otra ciudad donde ningún Testigo nos pudiera reconocer. Ella deseaba huir del oprobio que yo había arrojado sobre su nombre y también para “vigilarme”, de modo que no me convirtiera en una “persona mundana” ahora que ya no contaba con la protección de Dios.

 

En aquellos días, el costo de la vida en nuestra nueva localidad era bastante inferior al de la capital. Y debo añadir que el fuerte apego de mi madre hacia los Testigos de Jehová, hizo que desde temprano ella perdiera contacto con sus propios parientes en el exterior. Por consiguiente, ya no contaría con alguien cercano que la ayudase, con la excepción de los TJ, por supuesto. Por razones de conciencia, acepté permanecer a su lado, asegurándome de que estuviese bien atendida y alimentada. La Watchtower no provee apoyo económico para las viudas, mientras haya miembros cercanos de su familia que se ocupen de ellas. Mientras tanto, ella abrigaba la esperanza de que en algún momento yo encontraría un buen trabajo, me recuperaría del exilio espiritual, sería restablecido de nuevo al rebaño y “viviríamos felices por siempre jamás.”

 

Por los dos primeros años y mientras estirábamos nuestros limitados recursos, fuimos a instalarnos en un resort turístico muy próximo a la playa, en la hermosa costa oriental de Venezuela, rodeados por marinas, hoteles de primera y un campo de golf. Alquilamos una vivienda de tres niveles, ya que teníamos mobiliario y otros enseres que requerían de mucho espacio.

 

Aparte de llevar a cabo algunos trabajos informales de vez en cuando, y luego como guía y promotor turístico bilingüe, me era difícil hallar un empleo estable y bien remunerado que cubriera todos los gastos de nuestro nuevo estilo de vida. En aquellos días contaba con un buen auto europeo que habíamos conservado para podernos trasladar, hacer diligencias y llevar a mi madre a todas las reuniones y actividades de los TJ. A pesar de sus limitaciones físicas, mi mamá se entregaba por entero a las actividades locales de los Testigos. Según recuerdo, en dos ocasiones hice el intento frustrado de hacerle saber lo que realmente estaba sucediendo tras la cortina de la Watchtower y de toda aquella impostura, pero ella se hacía la sorda, amargándose, volviéndose inflexible y alterada cada vez que yo hacía mención del tema de manera calmada y respetuosa. Se enardecía como si yo la estuviese insultando, y a partir de ese momento mi vida se convirtió en un infierno.

 

Mi experiencia de 30 años con los TJ, trabajando arduamente para una poderosa corporación multinacional estadounidense, me permitió adquirir una serie de destrezas y habilidades en los campos del marketing y como conferenciante, además de dominar varios idiomas. Transcurrieron dos años y aun no conseguía un empleo estable. Ya estábamos a punto de “raspar el fondo de la olla”, coloquialmente hablando, cuando al fin hallé algo interesante en una nueva emisora de radio de la localidad. Su propietario es un muy laureado ancla de la televisión nacional, ya retirado, y a quien había conocido antes en Caracas. Al principio no me reconoció, pero luego de hacerlo me invitó a pasar adelante a un estudio de grabación para mayor privacidad, y luego de escuchar mi testimonio y dar un reconocimiento a mis calificaciones, me ofreció el puesto de gerente de ventas, locutor y redactor publicitario. Acepté complacido, y pronto estaba ganando lo suficiente como para independizarme y ayudar a mi madre. Como suele decirse, “Dios siempre provee.” Luego de tantos años, aun presto allí mis servicios, aunque esta vez solo como ejecutivo de ventas y redactor. Unos años atrás me vi en la necesidad de vender el auto, así que ya no podía usarlo para mi trabajo. Como actividad complementaria, me desempeño como traductor y narrador bilingüe de audiovisuales corporativos para la industria petrolera a través de otra firma. La mayor parte de mi tiempo lo paso en casa, trabajando con mi ordenador (computadora) en una habitación tipo estudio, ubicada en un sector residencial muy tranquilo. Este lugar ha llegado a ser como una ermita por los últimos 14 años. Y para aquellos que sienten curiosidad, puedo decirles que vivo solo, trabajo solo, como solo y duermo solo. ¿Puede alguien imaginarse mayor soledad que ésta?

 

A principios del año 2000 mi madre fallece de cáncer. Para entonces ya no vivíamos juntos. Le había hecho entender que deseaba estar solo y que ella debería buscar hospedaje entre sus hermanos de la secta. Sin embargo, le prometí que me aseguraría de ver que no le faltase nada y que sus necesidades fuesen bien atendidas. Más tarde, sus amigos debieron mudarla de un lugar a otro unas cinco veces más y en sectores muy humildes. Debido a la política de ostracismo que aplica la Watchtower a los expulsados, no se me permitía entrar en la vivienda donde estaba alojada, hasta que enfermó de cuidado y pude darme cuenta del lamentable estado en que se hallaba. Su habitación estaba húmeda y desordenada. Ella se veía muy débil y demacrada, y aún así, insistía en asistir a todas las reuniones y actividades de los Testigos. Entonces, se hicieron arreglos para recluirla en un centro de cuidado para ancianos. Pero antes de esto, fue llevada al hospital para hacerle una serie de exámenes médicos. Se descubrió que presentaba un avanzado cuadro de cáncer uterino. Los doctores dijeron que podían operarla, pero que no habría mucha esperanza en vista de la gravedad de su estado. En el hospital, un buen número de Testigos iban y venían apresuradamente, visitando a mi madre y animándola a permanecer fiel hasta el fin. Por supuesto, ningún Testigo podía dirigirme la palabra, con la excepción de algunos “ancianos” que me presionaban para reunir el dinero para cubrir las cuentas del hospital, y más adelante, para el entierro de mi madre. A propósito, cuando murió mi padre, pocos Testigos fueron al sepelio. Ni uno solo se acercó a expresarme sus condolencias. Fui totalmente ignorado. Ellos se hacen llamar los “cristianos verdaderos”, y sin embargo, carecen de la misericordia, compasión y del amor que Cristo desplegó, aún hacia los excluidos. (Vea Lucas 10:29-37)

 

Pero retornemos a mi relato. En aquel momento, los Testigos ya habían conversado con los médicos en cuanto al uso de las transfusiones de sangre. (Los Testigos de Jehová prohíben el uso de la sangre como medicamento entre su gente, incluyendo las transfusiones) Entonces, los doctores dijeron que solo podían aceptar la decisión del pariente más cercano. En este caso, de su único hijo. Fui a hablar privadamente con los médicos y fuera de la vista de los Testigos. Les dije que les daría luz verde para administrar cualquier tratamiento que ellos consideraran necesario. De todos modos, el caso fue desechado cuando se decidió que ella ya no sería operada.

 

Más adelante, una señora TJ, dedicada al comercio, y con el consentimiento previo de los “ancianos”, vino a tocar a mi puerta solicitando fondos para los servicios funerarios de mi madre. Le expliqué que mis ahorros ya se habían agotado, y tan solo para que me dejara en paz, le dije que tenía algunos zafiros australianos para vender. Esta mujer escogió algunos para negociarlos y reunir el dinero. Los TJ alegan que no es su responsabilidad cubrir estos gastos, sino que era mi deber, por ser el único pariente cercano y que además la Watchtower no cuenta con recursos suficientes. Su única obligación era permanecer al lado de mi madre y asegurar que retuviese su lealtad a la organización de Dios, lo cual no es otra cosa que desgastarse uno hasta la muerte por una corporación multimillonaria que exige los mayores sacrificios de parte de sus abnegados seguidores, pero que se desentiende de los pobres y necesitados de su gremio. Mientras la señora Testigo se ocupaba de negociar mis zafiros, me fui a visitar al cónsul honorario de Francia en la zona, con quien mi mamá había hecho amistad junto a su esposa. El funcionario supo comprender cuando le expliqué que mi madre era una Testigo de Jehová con serios problemas de salud. “Oh, eso es terrible”, exclamó, refiriéndose a su afiliación con los TJ. Manifestó tener una pobre opinión acerca de ese movimiento, como la mayoría de la gente en Francia. Sin embargo, él tendría que consultar con la embajada para ver qué se podría hacer en este caso. Bueno, la embajada respondió, asignando una generosa remesa, vigente hasta el día en que mi madre falleciera. Al saber de esto, los Testigos quedaron atónitos.

 

 Mi larga trayectoria de total sometimiento a la corporación editorial-religiosa Watchtower, hizo muy difícil adaptarme al mundo real. Todos aquellos llamados “mundanos”, es decir, los que no son Testigos, me parecían como venidos de otro planeta que hablaban un lenguaje diferente. Inicié entonces una búsqueda por apoyo y compañerismo cristiano entre algunas iglesias locales, pero éstas carecían de la experiencia que se requiere para tratar casos de ex-miembros de sectas destructivas, como yo lo había sido. Más bien, se imponían reglas semejantes a aquellas de las cuales yo estaba huyendo, recomendando además, participar en rutinas irrazonables. En otros países existen grupos de apoyo y programas especializados para ayudar a las víctimas del fundamentalismo y de cultos tóxicos. En mi país, hasta donde yo sepa, no existen grupos de este género. Y sería oportuno aclarar que al renunciar a la Watchtower, no arrojé mi fe a la basura, por cuanto la fe no depende de seguir a una organización humana codiciosa que afirma ser el vocero de Dios sobre la tierra. Por el contrario, la fe cristiana genuina depende de mantener una estrecha relación personal con el Creador, mediante su Hijo Jesucristo. (Vea Juan 15:4, 5)

 

En toda mi trayectoria como Testigo de Jehová, y hasta el presente, la oración siempre fue un rasgo esencial de mi vida, además de investigar con cuidado el cristianismo del siglo primero. Jesús no dejó para nosotros otra pauta que no sea la de su sencillo evangelio y su amoroso ejemplo para imitar. Nada se nos dice acerca de adherirnos a interpretaciones literales, extraídas fuera de su contexto, o de ceder frente a las autoridades humanas que afirman ser los representantes designados por Dios en la tierra, colocando pesadas cargas sobre los hombros del pueblo, tal como lo hicieron los fariseos en los días de Jesús. No se impusieron conjuntos de normas y reglamentos imposibles de cumplir. Cristo desechó toda la antigua y onerosa legislación judía que estaba en conflicto con la única ley del cristiano, la ley del amor. Esta es la verdadera ley que Cristo vino a restablecer y que se apoya en la misericordia, la compasión y el perdón. (Vea Mateo 7:12; 5:21-48) Los cristianos hemos sido llamados a hacer uso de nuestro libre albedrío en amor y a permanecer en esa libertad. (Vea Gálatas 5:1)

 

Al ir pasando por todos esos infortunados episodios, ni una sola vez abrigué algún resentimiento o amargura contra algo o contra alguien. No hace falta. El amor de Cristo es tan envolvente y sedante, que no da lugar para el resentimiento. En mi caso, estas difíciles circunstancias fortalecieron aun más mi fe, me hicieron más humilde y dispuesto para ayudar a otros en sus desasosiegos. En aquellos días no contaba con amigos o parientes cercanos que me ayudasen a resistir estos golpes. Tuve que apoyarme exclusivamente en Dios y experimentar cómo Su mano recogía los trozos y delicadamente los juntaba de nuevo en su sitio. Concuerdo plenamente con el escritor cristiano Santiago, cuando dice, “Ustedes han oído cómo soportó Job sus sufrimientos, y saben de qué modo le trató al fin el Señor, porque el Señor es muy misericordioso y compasivo.” (5:11)

 

Como si todo aquello no hubiese sido suficiente, recientemente atravesé por quizás la más difícil y penosa prueba de naturaleza física en toda mi vida. Siempre disfruté de un buen estado de salud con escasos episodios de enfermedad. Pero en esta ocasión, caí repentinamente indispuesto con agudos dolores abdominales y una falta absoluta de apetito. Esto siguió así por días, hasta que una serie de exámenes médicos revelaron que tenía unos tumores malignos alojados a lo largo del colon. Por semanas no pude ingerir alimentos sólidos, perdiendo peso rápidamente. De mi promedio normal de 74 kilos quedé reducido a un esqueleto viviente de 35. Tal era el grado de mi debilidad, que se hacía imposible operarme. Así que, a fin de ganar algo más de peso, tuve que ser alimentado por vía intravenosa con diferentes productos y transfusiones de sangre para levantar las defensas del organismo. La mayor parte del tiempo lo pasaba con dolores severos, permaneciendo casi inmóvil en mi lecho de hospital. Un amigo íntimo y su padre tomaban turnos para permanecer a mi lado durante las noches. Pero una tarde, cuando ninguno de los dos había llegado aún, un maleante entró furtivamente a mi cuarto mientras dormitaba, hurtando mi mochila y otras pertenencias. Al día siguiente, otro hizo lo propio y pescó mi teléfono móvil, el cual era mi único recurso para comunicarme y pedir ayuda. Bueno, este es un hospital muy grande, con mucha gente circulando por los corredores en horas de visita, así que cualquier cosa podía ocurrir, a pesar de las medidas de seguridad.

 

Unos días más tarde, los médicos que me atendían decidieron que ya estaba en mejores condiciones físicas para soportar la cirugía, aun cuando las perspectivas no eran del todo alentadoras. En medio de todo este sufrimiento, hice lo posible por resistir, sin deprimirme ni abandonar las esperanzas. Pero, aún si no lo lograba, de todos modos estaba listo para partir.

 

La cirugía resultó exitosa y hubo que remover casi el 90% de mi colon. Luego vino el no menos penoso proceso de recuperación. Mi aspecto era el de un sobreviviente de un campo de exterminio nazi, hueso y piel, con todas esas sondas y bolsas conectadas a mi cuerpo. En ese estado deplorable, las enfermeras intentaron hacerme caminar, pero estaba tan endeble que apenas podía sentarme en la cama, mucho menos ponerme de pie. Esto siguió así por varios días hasta que al fin me dieron de alta para regresar a casa. Como fui operado en Caracas, esto quería decir un viaje de retorno de cinco horas en bus. Durante todo el trayecto estuve débil y adolorido, pero mi amigo me acompañó para ayudarme a llegar “sano y salvo” a casa.

 

Este buen camarada debía regresar en seguida a la capital, y de allí en adelante, ya no contaría con nadie que me ayudara en la habitación o para conducirme al baño. Al no poder contar con el móvil, no podía hacer llamadas. Logré que un visitante llamara por mí, hasta que uno de mis clientes me obsequió un teléfono nuevo. Tuve algunos buenos amigos en aquellos días, pero tuvieron que mudarse a otras localidades y ya no contaría con ellos. Venían a menudo para ayudar con el aseo de la habitación y el lavado de la ropa, como también para ir por los alimentos y hacer otras diligencias. Tuve que pedir prestado un bastón para ayudarme a levantar de la cama y andar un poco. Antes de enfermar, aparentaba menos edad de la que tenía, ahora en cambio, parecía haber envejecido 20 años más.

 

Algunos de mis anunciantes de radio contribuyeron con donaciones que me permitieron sufragar los gastos del mes, alimentos y medicinas. Entretanto, las comisiones por publicidad seguían llegando para juntar brechas. Pero hay algo de lo cual estoy seguro, y es que en la medida en que uno cuide de los demás, siempre habrá otros que también cuidarán de uno. “Haz con los demás como quieras que los demás hagan contigo.”

 

Podría decirse que ya estoy plenamente recuperado. Mis médicos me han dicho que permaneceré delgado por el resto de mis días, aunque en mejor forma. Se me había prescrito recibir unas siete sesiones de quimioterapia, además de ingerir un número considerable de medicamentos costosos. Mientras recibía las primeras sesiones de la quimioterapia, tuve un extraño sentimiento, como si no debiera seguir adelante con este procedimiento. Faltaban aun cinco sesiones, pero se requería mucho más dinero para adquirir el resto de los productos y otras medicinas que en ese momento no eran fáciles de obtener. Uno de mis prósperos anunciantes ya había contribuido voluntariamente con una suma considerable para la primera fase del tratamiento, pero me pareció descortés tener que pedirle de nuevo. Pues, tan pronto suspendí las sesiones de QT, tuvo lugar una recuperación progresiva, impulsando mi apetito y mis energías. Fue sorprendente. ¿Era acaso un milagro? Tal vez para algunos. Sin embargo, una persona que leyó este relato en una página web, comentó que esto era más bien un “milagro del amor.”  ¿Cómo así? Bueno, cuando un individuo se ama a sí mismo y posee la determinación, la voluntad y una conciencia limpia, bien pudiera estar cooperando con su propia recuperación. Mientras que si uno se deprime, su sistema inmunológico se resiente de igual modo y el organismo no responderá favorablemente. Podemos decir entonces, que la receta de amor que Cristo nos recomienda, sí produce resultados… cuando se administra en dosis generosas.

 

En esta etapa de mi vida, se me aconseja no esforzarme demasiado. También, que haga lo posible por entrar en contacto con mis olvidados parientes, próximos o lejanos, a ver si tienen algo que aportar para mi situación. Es bueno tener a alguien cerca en caso de una emergencia. Creo, sin embargo, que ésta no ha de ser una tarea fácil, por cuanto han sido largos los años de separación y distanciamiento. Los grupos sectarios que crean hábito, como los Testigos de Jehová y otros similares, progresivamente lo van aislando a uno de sus seres amados que no son ni desean ser, miembros del grupo. A estos se les considera como “malas compañías” porque representan una amenaza a la integridad espiritual, y eventualmente podrían apartarle a uno de “la verdad.”

 

Por ahora, hago buen uso de mi tiempo libre, compartiendo valores espirituales y ofreciendo consejo por Internet y personalmente con aquellos que son humildes y dispuestos a escuchar y aprender acerca del cristianismo originario, particularmente con las minorías y excluidos sociales.

 

Es preciso aclarar que no abrigo nada en contra de los Testigos de Jehová como individuos. Muchos de ellos son personas agradables, decentes, ciudadanos sanos y respetuosos de la ley. Pero, tal como sucede con la mayoría de los miembros de grupos cúlticos o sectas destructivas, han sido engañados y extraviados por sus dirigentes. Los Testigos de Jehová requieren de tanto amor y compasión como cualquiera de nosotros. Nada puede detener el poderoso efecto sanador del amor verdadero de Cristo. (Vea Romanos 8:38, 39)

 

También me he fijado otra meta. Requiero de un cambio de ambiente. Mi ciudad se ha vuelto ruidosa y agitada. Ciertamente, es un refugio para numerosos turistas que vienen a broncearse en las playas bajo el radiante sol tropical. Y para los amigos de la noche, hay esparcimiento variado. Lamentablemente, existe una limitada solidaridad hacia los menos privilegiados, especialmente por parte de las clases dominantes. El consumismo, individualismo y el abandonarse uno a los placeres, parecen ser una tendencia bastante extendida. Éste, por supuesto, no es el ámbito que responde a mis necesidades existenciales. Además, el clima caluroso me agota en extremo. Diría que para mí no hay nada como el aire fresco y vigorizante de la montaña. Extraño algunos de los mejores años que viví en el Estado Mérida, en los Andes venezolanos. Estuve allí por casi diez años, sirviendo como misionero regional de los Testigos de Jehová, y como superintendente itinerante, inspeccionando y aconsejando a una veintena de congregaciones de la zona, lo cual no me dejaba mucho tiempo libre para el disfrute. Me deleitaba con el muy variado paisaje natural, la majestuosa cadena montañosa con sus picos coronados de nieve, el sencillo y a la vez cortés estilo de vida, el carácter culto y desprendido de sus pobladores, además de los exquisitos platos de su saludable cocina autóctona. Bueno, ya veremos lo que Dios disponga.

 

Es mi deseo que este relato pueda servir de advertencia sobre el peligro de verse uno seducido, atrapado y manipulado por alguna forma de religiosidad tóxica, de experimentar cómo se altera la personalidad por parte de líderes codiciosos que nos convierten en sus esclavos, haciéndonos perder nuestro lugar en la sociedad a favor de alguna secta religiosa, movimiento político o por alguna extravagante y soberbia filosofía que suprime las libertades individuales, pisotea los derechos humanos y causa sufrimiento innecesario a tanta gente. El cristianismo originario garantiza las libertades individuales. (Vea Lucas 4:16-19; Mateo 11:28-30)

 

Deseo concluir citando las palabras de nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos genuinos: -“Como ustedes saben, entre los paganos los jefes gobiernan con tiranía a sus súbditos, y los grandes hacen sentir su autoridad sobre ellos. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que entre ustedes quiera ser grande, deberá servir a los demás; y el que entre ustedes quiera ser el primero, deberá ser su esclavo. Porque, del mismo modo, el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida como precio por la libertad de muchos.”  (Mateo 20:25-28)

 

 

 

Testimonio de R.G.S.

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